Las personas nos rendimos muy rápido. A la primera de cambio, cuando vemos que el «fregao» se apoderó de la situación, saltamos como cobardes y nos lavamos las manos en señal de «no tengo nada que ver con esto». Rompemos rápidamente con él o la de turno y nos vamos tan orondos dejando corazones destruido, rotos, inservibles.
Las personas tenemos una capacidad para huir de los problemas emocionales y cortarlos de raíz fácilmente, no nos importa cuán implicado esté la otra persona o qué es lo que estemos arriesgando al dejarlo todo solo porque al final resultó que no era como se pensaba y una desidia toma el protagonismo en la relación.
He sido y soy una adicta a las relaciones, me he enamorado muchas veces, imagino como varias que aquí me leen. He fracasado como tantas otras, he rezongado como la que más y he llorado como nadie seguramente; pero lo que más me ha caracterizado en este panorama sentimental mas parecido a una película de Hitchcock es que jamás de los jamases, aún cuando lo hubiere visto negro, nunca he saltado de una relación si antes haber luchado por ella hasta el final. Y con esto no quiero decir que me he embobado incluso con algún imbécil borrachoso y pegalón al que había que soportarle sus vicios, no!, yo no estoy hablando de esa clase de relación; mi reflexión va más inclinada a la «constante» (por llamarle de alguna manera) que conlleva el comprender a la otra persona y no tirar la toalla hasta que no hayamos agotado todas las vías para salvar la situación.
Con los tiempos nos hemos vuelto unos prácticos… o lo que es correcto decir unos temerosos que huimos a la primera de cambio, nos asusta tener que enfrentar a la otra persona y discutir entre dos ese punto álgido que hace que la relación no funcione. Ahora, como gallinas, saltamos del cuadrilátero en plan huida al menor atisbo de que algo no funciona. Ya no nos tomamos ni siquiera el tiempo de conversar con la pareja el porqué, el qué o el cómo; simplemente claudicamos sin luchar por esa relación por la que un día lo dimos todo.
Conclusión: Este mundo se está llenando de cobardes.
Somos unos cobardes sentimentales, unos patanes que ilusionamos siempre, que NOS ilusionamos día a día pero que no estamos dispuestos a trabajar ni una pizca por lo que decimos que nos importa, que a la mínima de cambio desaparecemos del panorama conyugal de la forma más simple, sin luchar, sin tratar de mejorar lo que seguramente a base de comunicación es mejorable. Nos da pereza, nos amilanamos y nos vamos por la vía del EXIT que nos resulta más cómoda. O somos unos cobardes o simplemente no le damos a la persona la importancia que realmente tiene, a los sentimientos el lugar que se merecen y al amor que decimos profesar el valor que en realidad tiene y, por el contrario, damos demasiado interés a lo anodino, a las pocas ganas de intentarlo.
A mi no me gusta ser de las que abandona el ring. Me pueden haber llamado de todo, soy Lessar y estoy llena de infinidad de defectos (y cuantos más mayor me hago, más, seguro); pero cuando he creído en una persona y la he querido he dado hasta lo indecible por entenderla y llevar una vida buena a su lado. A veces ha ido bien, en otras, por mucho que lo haya intentado, ha terminado mal y lo hemos dejado, pero no he abandonado hasta no haber luchado hasta las últimas consecuencias o quemado el último cartucho, como diría Bolognesi.
Las discusiones en la pareja son normales, ¿Cuándo entenderán esto los enamorados?. Las diferencias entre dos que se están conociendo resultan frecuentes, reincidentes, habituales. Solo hay que pensar que dos personas se están encontrando, con toda una experiencia pasada, para formar algo en común entre ellas, entonces resulta usual que cada una de ellas traiga consigo una serie de diferencias que deben encontrar un lugar en ese algo nuevo que ambos estáis construyendo. Yo lo tengo claro, y vosotros?
La comunicación es la clave para entender a ese otro, su postura, sus reacciones, «la situación». Sin comunicación no hay éxito y eso es algo que hay que tenerlo claro. La única forma de conocer y comprender a nuestra pareja es conversando con él o ella, preguntando antes de dar por hecho, cuestionar de la manera más honesta y adulta antes que los malos entendidos nos asalten y rompan lo poco o mucho que hemos construido a lo largo del tiempo juntos. Con lo cual: siéntate con el galán de turno y pregunta y pregunta hasta saciar tus dudas, hazle sentir que te importa y cede, cede y cede porque en el ceder, por parte de ambos, está el triunfo.
Todas las parejas pasan por estadios de problemas, eso es algo incontrolable, lo que es controlable es la capacidad que tenemos de resolver las diferencias sin necesidad de dejar que la relación se pierda a la deriva. La victoria es de los que, a pesar de verlo «negro», ponen de su parte para solucionar los inconvenientes. Ningún lauro se gana siendo un irresoluto, gallina, cagón y pusilánime…. aunque quizás esa actitud no sea más que la muestra de una inmadurez que salta a relucir de ese o de esa que un día dijo te quiero y que estaría dispuesta a luchar por una relación y que desde un principio nunca tuvo fe en lo que construíais juntos. Si es así pues que se largue por donde ha venido, que recoja sus enseres de casa, sus calzoncillos y sus miserias para llevárselas a otro lado; pero en mi caso, en el nuestro, en el tuyo que creemos que quien comparte nuestras vidas es el indicado que sea al menos que se está dispuesta a dejarlo ir (la relación) pero no sin antes habiéndonos dejado, en ese cuadrilátero amoroso, la piel por salvarla.
Para todas aquellas mujeres que no saltan del cuadrilátero y han guerreado hasta el final.
Y esta canción… pues porque me gusta, nada más.